Reflexión sobre la Palabra de Dios del quinto Domingo de Cuaresma
Las lecturas de la eucaristía de este domingo son las siguientes: Ez 37,12-14; Sal 129; Rom 8,8-11 y Jn 11,1-45 (el evangelio de la resurrección de Lázaro). Nos centramos sobre todo en el relato evangélico, con una gran riqueza de detalles y gran contenido espiritual.
Nos hallamos en el último domingo de Cuaresma, y su evangelio es una anticipación del anuncio de la Pascua, es decir, de la muerte y resurrección de Cristo. La palabra clave es la frase de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida". Esta proclamación es la raíz de la fe y de la esperanza cristianas. De hecho, las otras lecturas giran en torno a esta idea. El profeta Ezequial describe, usando la imagen de la reanimación de unos huesos secos, la reconstrucción futura de Israel, que en ese momento estaba socialmente muerto en el destierro de Babilonia. Por otro lado, si en el evangelio es la voluntad de Jesús la que revivifica a Lázaro, en su Carta a los Romanos san Pablo pide tomar conciencia del Espíritu de Dios que hay en cada uno de nosotros, para lo cual es indispensable una fe personal asumida.
Así pues, las tres lecturas destacan una misma idea: se puede salir de una situación, incluso muy negativa, y se puede emprender el camino hacia un nuevo horizonte. Realmente esta idea resulta muy apropiada para este tiempo de preocupación e incertidumbre que vivimos a causa de esta pandemia. En el relato evangélico se percibe claramente la desesperanza de Marta tras la muerte de su hermano Lázaro. Pero el Señor Jesús le pide un cambio profundo: no sólo creer en la resurrección venidera de los muertos (ella ya la aceptaba), sino también creer en la persona de Jesús. La buena noticia es Él mismo, y es a través de Él que hay vida. Por tanto, el cristiano debe reconocer y confesar a Jesús como portador de una vida plena.
En efecto, la muerte de Lázaro iba a servir para que los discípulos creyeran más en Jesús, como Él mismo había predicho. El Señor busca la fe pura. Y este proceso creciente de fe se verifica en la evolución interior de Marta. "El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá", había proclamado Jesús. Ella entonces identifica a Jesús con el Mesías, con el Hijo de Dios, el vencedor de la muerte. Por eso pudo vencer toda sombra de duda o escepticismo y aceptar a Jesús como la Vida con mayúsculas. Además, en este texto Jesús se muestra al mismo tiempo como modelo perfecto de humanidad y como Hijo de Dios. Él se siente conmovido varias veces por la muerte de Lázaro y por el dolor experimentado por Marta, María y el resto de amigos. Él es también el que reza al Padre "para que crean que Tú me has enviado".
Sintiendo ya la proximidad de la Semana Santa, y en las circunstancias que estamos viviendo, después de haber contemplado en los dos domingos anteriores que Jesús es fuente de agua viva y la Luz del mundo, hoy Él nos dirige la misma pregunta que hizo a Marta: "¿Crees esto?". ¿Creemos realmente que Él es nuestra Vida?
Al igual que Jesús lloró la muerte de su amigo Lázaro, se une a nuestra pena ante la muerte de los seres queridos (y también de personas que ni siquiera hemos conocido); al igual que Él estuvo cercano a aquellas hermanas y amigas suyas, Marta y María, así también podemos apoyar a los que lloran por la muerte de sus familiares y rezar por ellos y por los difuntos. Estemos seguros de que la fe, como el amor, es más fuerte que la muerte. San Pablo nos ha recordado que "todos viviremos gracias a Cristo". La muerte, para los cristianos, será un nacimiento a la vida plena. Seremos sumergidos en el amor inmenso y misericordioso del misterio de Aquel a quien llamamos Padre, que nos espera para abrazarnos eternamente. Sí, Dios nos sostiene y nos sostendrá siempre, con la máxima ternura, como el mejor de los padres y la mejor de las madres. ¡Pidamos que crezcan nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor al Dios de la Vida, y que seamos portadores de vida con nuestras acciones!
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