Reflexiones en el Domingo de Pentecostés

      Cuando escribo estas líneas nos disponemos en la Iglesia a celebrar la solemnidad de Pentecostés, es decir, el envío del Espíritu Santo sobre la primitiva Iglesia. Escribimos "primitiva Iglesia" porque, contrariamente a lo que ha podido suponer y a lo que algunos cuadros han representado a lo largo de la historia, no sólo fueron la Virgen María y los Apóstoles los que recibieron el Don del Espíritu, sino que pudo ser un grupo de aproximadamente unas ciento veinte personas el que experimentó ese inmenso regalo divino. En efecto, en los Hechos de los Apóstoles (Hechos 2, 1-11) leemos que "estaban todos juntos en el mismo lugar", sin especificar un número exacto. Pero previamente san Lucas había referido que estaba reunida la comunidad de los discípulos de Jesús, que incluía a un buen grupo de seguidoras y seguidores del Señor, aparte de los apóstoles. Estaban a la expectativa de recibir el Espíritu prometido, por lo que se dedicaban a la oración. 
     El Espíritu se hizo notar con claridad y fuerza. Se produce una teofanía impresionante (una manifestación divina sensible), que puede recordar a la del monte Sinaí en el Antiguo Testamento, pues ahora también el viento y el fuego son signos de la trascendencia de Dios. Por eso, los discípulos sintieron un viento estruendoso (pero no dañino, sino todo lo contrario) y vieron aparecer unas lenguas similares a llamaradas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos. La consecuencia fue un cambio radical, interior y exterior, pues incluso empezaron a hablar en otras lenguas. En efecto, el Espíritu Santo es realmente la presencia poderosa y eficaz de Dios en la comunidad. Los discípulos quedaron capacitados para hablar con valentía y para hacerse entender por todos los potenciales oyentes, sin importar la lengua que cada uno hablara. San Lucas refiere expresamente los nombres de pueblos y naciones de Europa, Asia y África a los que pertenecían muchos judíos piadosos que habían ido a Jerusalén para celebrar la fiesta hebrea de Pentecostés. Este impresionante detalle está reflejando la diversidad de pueblos que fue acogiendo el anuncio de la fe cristiana desde los primeros tiempos, como ya era notable en la época en que san Lucas escribió el libro de los Hechos de los Apóstoles.
     Como leemos en la segunda lectura de hoy (1 Corintios 12, 3b-7.12-13), el Espíritu Santo es causa de la vitalidad de la Iglesia. Una vitalidad marcada por la unidad y la comunión entre todos los fieles y, por supuesto, entre ellos y el Señor; y también marcada por la diversidad y la pluralidad de carismas, es decir, de gracias recibidas por el Señor. El Espíritu nos enriquece de muchas maneras para el beneficio común. La belleza de la Iglesia está precisamente en esa conexión entre comunión y diversidad. San Pablo lo expresa con la imagen del cuerpo humano: nuestro cuerpo tiene muchos miembros, pero todos están coordinados entre sí para garantizar el bienestar general. En palabras de san Pablo, "hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos". Podríamos decir que el Espíritu Santo es como el mejor Director de la mejor Orquesta del mundo... Así es y así debe ser y funcionar siempre la Iglesia, al igual que cada diócesis y cada parroquia, movimiento o grupo cristiano. Todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, señala san Pablo. 
    Por tanto, de esta preciosa realidad espiritual, de estos dones celestiales, se deriva una misión para todos nosotros. No otra cosa es lo que leemos en el relato evangélico de hoy (Juan 20, 19-23), que nos retrotrae al domingo de la Resurrección. En efecto, Jesús se aparece a los discípulos, que estaban encerrados en una casa por miedo a los demás judíos, como también el día de Pentecostés estaban en una casa y todavía no se habían atrevido a anunciar al Señor. El Resucitado los llena de alegría con su presencia y les regala una y otra vez su paz. Les hace tomar conciencia de que desde ese momento son enviados a dar testimonio a su alrededor. Por eso los envía: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Enviados a ofrecer a todos el amor de Dios, a compartir la alegría de la fe, a extender el Reino de Dios. El Señor Jesús les regala su Espíritu Santo con el poder expreso de perdonar los pecados, porque Él ha venido a liberar, a romper las ataduras que nos esclavizan, a salvarnos. 
     Desde esta perspectiva se entiende que hoy celebremos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. En efecto, no solo los sacerdotes y los religiosos y religiosas están llamados a ser "protagonistas" de la evangelización y de la misión de la Iglesia. Por el contrario, todos los bautizados han recibido esa misión. En el momento actual, en circunstancias difíciles y que se han complicado más de lo esperado, se impone con más énfasis la necesidad de que todos nos sintamos interpelados a colaborar en la acción de la Iglesia, desde nuestros compromisos dentro de la parroquia hasta los propios del trabajo o del estudio, así como con la familia en casa, con vecinos y amigos, sin olvidar los diversos ámbitos sociales en sentido más amplio. Todos somos invitados a ser "protagonistas", no en el mal sentido, sino en el bueno, es decir, fieles comprometidos, conscientes, que procuran discernir qué quiere Dios y a qué nos está llamando el Espíritu Santo en cada momento, para intentar responder según nuestras posibilidades y desde nuestros carismas y responsabilidades. El Espíritu no nos deja quietos, sino que es la fuerza y el ardor que nos alienta y empuja a comprometernos en la transformación interior y del mundo. Contamos con la gracia que nos otorgan los sacramentos, pues Dios siempre está santificando a su Iglesia por la celebración de la eucaristía y los demás sacramentos.
     ¡Ven, Espíritu Santo, renueva la faz de la tierra, renúevamos a cada uno de nosotros! Amén.

     


     Añadimos a esta reflexión un "Decálogo" de los dones del Espíritu, que fue presentado por el teólogo Bruno Forte -arzobispo de Chieti-Vasto, en Italia- en una vigilia de Pentecostés celebrada en Vasto el pasado año. Nos parece un texto muy apropiado para nuestra meditación a partir de los dones del Espíritu Santo.

      


   1.- Cultiva la sabiduría de la fe para medir y vivir todas la situaciones con la luz y la fuerza que vienen de Dios y nos hacen partícipes de la vida divina.

    2.- Escucha la Palabra de Dios, dócil a la acción del Espíritu que tienes con la guía de los Pastores de la Iglesia, para adquirir la ciencia adecuada de quien comprende y hace en cada momento la voluntad del Padre que está en los cielos.

    3.- Comprométete a crecer en el intelecto (entendimiento) de la fe, alimentándote con los sólidos maestros que el Señor ha dado a su pueblo en el tiempo y en el espacio, tanto en el pasado como en el presente, como voz de la verdad que ilumina y salva.

    4.- Sigue abierto al don del consejo, respetando tu madurez espiritual y la de los demás bajo la acción del Espíritu, dejándote ayudar por guías espirituales humildes y sabios y, en la medida que puedas, dando a cada uno las opciones de vivir en la verdad y en la libertad.

    5.- Vive la fortaleza de la fe, testimoniando a todos y siempre la sobreabundancia de las promesas de Dios, que nos libra de la prisión de los males actuales y nos hace mirar hacia adelante con confianza, más allá del fracaso o de la derrota, hacia el último horizonte de la vida e historia.

    6.- Sé rico en piedad, enamorado de Dios y ansiado de responder a su amor con un corazón humilde, apasionado y fiel.

     7.- Vive bajo la mirada del Señor, en el deseo de complacerle en todo, vigilante y trabajador en el santo temor de Dios, libre de cálculos y juicios mundanos.

     8.- Vive en la comunión de la fe de la Iglesia, en adhesión incondicional del corazón y de la vida al Señor Jesús, que trabaja en nosotros mediante su Espíritu, especialmente a través de los sacramentos, signos eficaces de su gracia.

     9.- Alimenta en ti la esperanza teologal, perseverante con confianza en el camino que Dios ha marcado para ti y en que la Iglesia te ha confirmado a través de sus pastores.

       10.- Sé activo en la caridad, generoso con todos, acogiendo a los demás, lleguen de donde lleguen, para recibirles con respeto y amor y ofrecerles con gratuidad los dones que Dios te ha concedido.
     


      
   

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