Reflexiones en el Domingo IV de Pascua

   Hemos llegado al cuarto domingo de Pascua, tradicionalmente llamado el Domingo del Buen Pastor, porque la lectura del evangelio recoge cada año en este día unos versículos del capítulo 10 de San Juan, donde Jesús se autodefine como ese buen Pastor. En este ciclo litúrgico nos toca centrarnos en los versículos del 1 al 10 de ese capítulo. En concreto, Jesús se califica como la "puerta" del aprisco de las ovejas e invita a sus seguidores a entrar por esa puerta y formar parte de ese rebaño.
     Ahora bien, hablar hoy de pastores y ovejas y de rebaños en referencia a las personas no suele ser bien comprendido, pues puede sonar a ser gregarios, a vivir como "borregos", sin personalidad propia, sin criterios definidos o asumidos libremente (como reza el refrán, "adonde va Vicente va toda la gente"). Sin embargo, el Señor no busca ni pretende eso. Desde luego, si se nos preguntara con qué animal nos identificaríamos más, probablemente muchos no contestaríamos que con una oveja, porque, aunque son mansas y pacíficas, nos parecen demasiado sumisas y carentes de iniciativa. Por otro lado, cabe pensar incluso que hablar de ovejas en nuestra sociedad cosmopolita, muy urbana y postmoderna no parece dar motivo a una gran aceptación social. Quizás pocos de nosotros solemos ver ovejas de una manera habitual. Pero en la época de Jesús ocurría lo contrario: era una sociedad donde había muchos agricultores, ganaderos -entre los cuales estaban los pastores- y pescadores. Por eso Jesús solía usar con frecuencia en sus parábolas imágenes tomadas de esos ámbitos laborales contemporáneos.
    Entonces, ¿cómo entendemos hoy que Jesús se llamara a sí mismo el Pastor y considerara a sus discípulos las ovejas?, ¿cómo se entiende que los obispos y sacerdotes se presentan como los pastores de la Iglesia? En realidad, es una preciosa imagen sobre la que se nos invita a reflexionar en estos días. Podríamos equiparar esa figura del pastor con la de maestro o pedagogo, que sí nos resulta mucho más comprensible y actual. De hecho, a Jesús se le solía llamar "rabí", es decir, un rabino, un maestro. Jesús es nuestro gran educador, el gran pedagogo. Etimológicamente, el pedagogo es quien acompaña o guía a los niños; y el educador es quien conduce fuera, quien ayuda a salir de sí mismo, a sacar de uno mismo lo mejor, a desarrollar las propias potencialidades. Desde esta perspectiva, un pedagogo y un educador son de algún modo "pastores" de los niños y los jóvenes. 
    Pues bien, que Jesús sea el buen pastor significa que actúa con la mejor intención, que es fiable, de confianza. Él nos conoce con profundidad y nos anima a conocerlo de igual forma. Nos invita a seguirlo con libertad porque nos atrae por ser quién es, no porque use la fuerza, la intimidación o el engaño para manipularnos. Estando con Él tenemos acceso a buenos pastos, es decir, al mejor alimento espiritual (su Palabra, los sacramentos, ...). Además, el Señor nos anima no solo a entrar en su rebaño (la Iglesia) para alimentarnos dándonos lo mejor, sino también a salir. ¿Para qué? Para ayudar a otros a acercarse a Jesús, para dar testimonio de nuestra fe y de nuestra esperanza con mucho amor. Para anunciar al mundo que merece la pena unirse libremente al Buen Pastor y a su Iglesia. Por eso tenemos que salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad, incluso de nuestra "seguridad" para intentar acercar a otros al Señor. Hay buenos pastos para todos, pero hace falta descubrirlos, saborearlos y nutrirse de ellos. Salir del propio círculo a veces nos cuesta, pero -como insiste el papa Francisco- es necesario estar un tanto a la intemperie, salir a las periferias. Eso sí, siempre contando con el Maestro, con el Pastor.
    En efecto, Jesús siempre irá delante de nosotros, pero también estará en medio nuestro. Es el Guía supremo, pero no por eso deja de estar muy cerca de cada fiel. ¡Ojalá que experimentemos su profunda cercanía, su intimidad! Y Jesús se queda incluso detrás del rebaño, es decir, cuidando a los rezagados, a los más débiles, a los que tienen más dificultad en seguirlo. No quiere descartar a nadie. Todos contamos para Él.
    En este contexto, celebramos hoy a Jesús como el Buen Pastor y pedimos en especial por los pastores de la Iglesia (los obispos y los sacerdotes). Rezamos para que ellos sean buenos pastores, al estilo del Señor. Rezamos también por las vocaciones a la vida consagrada, sacerdotal y misionera. Nos hacen falta buenos pastores, muchos pastores (sacerdotes, religiosos/as, misioneros/as). Personas con buena capacidad de liderazgo, cercanas, buenas acompañantes y cuidadoras del prójimo. También, por otro lado, es necesario que los fieles se dejen acompañar, guiar, alimentar por el Señor y los pastores de la Iglesia, creciendo en madurez y en corresponsabilidad. Creciendo en compromiso en las tareas intraeclesiales y también en medio de la sociedad, en su trabajo, en su familia, en su ambiente. Por eso, ciertamente, todos debemos desplegar los talentos que el Señor nos ha otorgado; todos somos de algún modo pastores, personas que ayudan a crecer a los que tienen a su lado, en la parroquia, en el trabajo y en la familia.


    



 

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