Reflexiones en la festividad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

   Un domingo después de la solemnidad de la Santísima Trinidad, la fiesta del Misterio de Dios, la Iglesia celebra de una manera especial un misterio central de nuestra fe: la presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. La fiesta del Corpus Christi comenzó en la Edad Media para realzar precisamente el valor de la Eucaristía como Presencia real de la Divinidad de Cristo bajo las formas externas de pan y vino. Se podría decir que es un reflejo, un complemento del Jueves Santo que quiere compensar, con el ambiente festivo, lo que en la Semana Santa podría faltar de algún modo a la celebración de la institución de la Eucaristía.
    Ciertamente, en este año, por las circunstancias derivadas de la pandemia y la adopción de las convenientes medidas de seguridad y prevención, no puede haber las manifestaciones externas habituales del Corpus Christi, es decir, procesiones y alfombras en algunas calles y plazas. Pero siempre podemos centrarnos en lo esencial: la celebración de la misa y la adoración al Santísimo Sacramento dentro de cada iglesia parroquial. Sobre todo debemos agradecer el don inmenso de la eucaristía, un grandísimo regalo del Señor para los cristianos.
   En efecto, en el evangelio de san Juan (Juan 6,51-58) leemos que Jesús se muestra como el "pan vivo que ha bajado del cielo" ante su pueblo. Un pan que es mucho mejor que el antiguo maná, que había alimentado a los judíos durante una parte de su recorrido en el desierto camino a la "tierra prometida". Jesús les hablaba de un alimento para la vida eterna. Muchos no le entendían, porque estaban pensando en una clave material; sin embargo, Jesús no estaba promoviendo el canibalismo, ni mucho menos. Jesús se refería a comer su carne en sentido espiritual, místico. En este sentido, participar en la comunión de Cristo, recibirlo en el sacramento de la eucaristía, implica entrar y profundizar en una dinámica de eternidad. La eucaristía es el anticipo de la vida eterna, del Cielo. Es una prenda de la vida eterna futura. Jesús lo afirma con rotundidad: "Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí". No se puede pedir más, no se puede soñar con algo mejor... El maná de los antepasados era apenas una sombra ante este magnífico don celestial.
    Dios, por tanto, se nos da Él mismo como alimento. Ya en el Antiguo Testamento Él se muestra como el Liberador de la esclavitud en Egipto, y como el Padre que acompaña, que consuela, que educa, que muestra su solicitud paternal en aquel maná que día tras día caía del cielo para satisfacer el hambre de los israelitas. Ciertamente, también nosotros sentimos hambre -debemos sentirlo, ¡ojalá siempre lo sintamos- de Dios, del pan eucarístico. El Señor no solo nos alimenta con la comunión, sino también con su Palabra. Recordemos la respuesta de Jesús ante el tentador en el desierto: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). En realidad, la Eucaristía nos alimenta de diversas formas: con lo que escuchamos, con lo que decimos... en lo que vivimos. 
    Es esencial no olvidar la presencia de Dios, no olvidar sus acciones benéficas para con nosotros. La primera lectura (Deuteronomio 8,2-3.14b-16a) nos invita precisamente a un recuerdo agradecido por toda la historia de salvación que el Señor va haciendo con cada de nosotros y con la Iglesia en general. Con esa actitud seguiremos adelante en medio de las dificultades, de los "desiertos" que nos toca atravesar en nuestra vida. 
    San Pablo nos ofrece también una buena clave para ahondar en esta fiesta en la segunda lectura (1 Corintios 10,16-17). "Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan". Por la participación en la eucaristía nos unimos a Cristo y a su muerte salvadora, y la unión de cada cristiano con Cristo tiene como consecuencia la unión de todos los creyentes hasta formar un solo cuerpo (que es Cristo mismo). Así, celebrando el regalo del Cuerpo y la Sangre de Cristo también celebramos el don de ser como comunidad creyente: cada uno de nosotros somos llamados a ser alimento y partirnos y compartirnos con nuestros hermanos, sobre todo los más necesitados.
    Este último elemento es también esencial y muy relevante en el sentido de la fiesta del Corpus Christi. Hoy celebramos el Día de la Caridad, y realizamos en todas las parroquias una colecta especial para la Cáritas Diocesana (en nuestro caso, de nuestra diócesis de Canarias). Recordamos así que este don nos pide que seamos responsables, que debemos compartir lo que hemos recibido. Cristo nos muestra continuamente su generosidad, su misericordia, su compasión. ¡Seamos también generosos con nuestro tiempo, nuestras capacidades y nuestros bienes!


  Prepara un sagrario en mi interior, Señor

    En esta misma línea, hace pocos días Cáritas Diocesana ha presentado la Memoria Institucional 2019, que ofrece una visión amplia sobre la situación de precariedad y vulnerabilidad que sufren miles de familias, que se ha agravado y se ha ampliado en estos últimos meses con motivo de la pandemia. Pueden ver la Memoria aquí:

 

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