Informaciones y reflexiones en el Domingo XV del Tiempo Ordinario

     El pasado 6 de julio se produjo una noticia de gran alcance para la Iglesia diocesana de Canarias: se publicó el nombramiento de D. José Mazuelos Pérez como nuevo obispo diocesano. D. José ha sido hasta ahora obispo de la diócesis de Asidonia-Jerez (Cádiz). D. Francisco Cases permanece entre nosotros como administrador apostólico, hasta el día en que el obispo electo tome posesión de esta diócesis en la Catedral de Santa Ana. 
    Desde este blog expresamos nuestra alegría por el nombramiento y nuestra acogida a D. José Mazuelos, que ha manifestado su deseo de entregarse a fondo en su nuevo servicio episcopal. Desde ahora rezamos por él, por su nuevo ministerio y por las necesidades de nuestra Iglesia local. También agradecemos la gran labor de D. Francisco durante estos años que ha servido entre nosotros. Precisamente hace algunos domingos (el 14 de junio, solemnidad del Corpus Christi) nos honró con su presencia, pues visitó nuestra parroquia y presidió la eucaristía de las doce del mediodía. 
     En el siguiente enlace puede leerse el primer saludo del nuevo obispo a todos los diocesanos:
       


        En este enlace puede escucharse la primera entrevista realizada a D. José Mazuelos por Radio Tamaraceite emisora diocesana el pasado 8 de julio. En la misma da a conocer los orígenes de su vocación sacerdotal (cuando ya era médico y ejercía como tal), los fundamentos de su vida espiritual y algunas de las prioridades pastorales que ha abordado como obispo hasta ahora, entre otros temas:

       Por otro lado, estamos celebrando el domingo XV del tiempo ordinario. Durante tres domingos escucharemos las siete parábolas de Jesús recogidas por san Mateo en el capítulo 13 de su evangelio. En concreto, hoy leemos la primera de esas parábolas, la del sembrador (Mateo 13,1-23). Es bastante conocida y probablemente la hemos escuchado más veces y la recordamos mejor que otras. Jesús está enseñando desde la barca a una multitud. Es el Maestro que se sienta para hablar a sus discípulos y a la gente en general. Jesús solía usar imágenes y comparaciones que sus oyentes podían entender bien; en este caso, la imagen de un sembrador que esparce la semilla a su alrededor, sin fijarse previamente en que solo caiga en la mejor tierra.
        En efecto, Jesús, el sembrador de la Palabra de Dios Padre, actúa como lo hacían los agricultores de entonces en aquellas tierras de Palestina. Solían cultivar parcelas pequeñas, atravesadas por caminos, en los que abundaban piedras cubiertas por una pequeña capa de tierra y donde no faltaban las zarzas (aunque eran arrancadas, volvían a aparecer). Por eso, unas cuantas semillas caen al borde del camino y los pájaros se la comen en seguida, lo que significa que la Palabra no es ni siquiera entendida por los oyentes, pues el Maligno roba rápidamente lo sembrado en su corazón. Otras semillas caen en terreno pedregoso, que al principio permite acoger la Palabra, pero luego -por falta de raíz- fracasa, por inconstancia ante las dificultades o persecuciones. Otras semillas se depositan entre abrojos o zarzas, lo que implica que la Palabra es escuchada, pero los afanes de la vida, las preocupaciones y la seducción de las riquezas (tentaciones de otras realidades opuestas a la Palabra) van llevando a no producir fruto (a la esterilidad espiritual). Por último, otras semillas caen en tierra buena y logran dar fruto, en proporciones variables.
        ¿Queremos ser tierra buena? ¡Ojalá que sí! Podemos estar seguros de que somos capaces de dar una buena cosecha. Unos treinta, otros sesenta, otros cien. Eso dependerá de diversas circunstancias y, sobre todo, de nuestro esfuerzo, de nuestra mayor o menor fidelidad a las llamadas de Dios. Ciertamente, no nos debemos quedar de brazos cruzados, pasivamente, esperando ver que nos llegue la Palabra. Siempre hay piedras que apartar en nuestro camino, hay pájaros que ahuyentar, hay malas hierbas que arrancar... para poder dar los mejores frutos. La vida cristiana es un esfuerzo por reflejar en lo concreto aquello que el Señor espera de nosotros a partir de los dones que nos ha regalado.
         Por tanto, pidamos al Señor ser buena tierra, dejarnos plantar, regar y cuidar por Él. Como hemos escuchado en la primera lectura (Isaías 55,10-11), la Palabra de Dios es como la nieve y la lluvia, destinadas a empapar la tierra y a favorecer la aparición de buenos frutos. Dios siempre está intentando liberarnos del pecado y otros males, mejorarnos, salvarnos. No podemos permitir que su Palabra fracase en nosotros, caiga en saco rato, sino todo lo contrario. Además, el Señor también nos llama a ser buenos sembradores de la Buena Noticia del Reino de Dios. No debemos desfallecer ante los problemas y las dificultades, ni amilanarnos ante los obstáculos y fracasos. El apóstol san Pablo -que fue un magnífico sembrador de la Palabra en todo momento- en la segunda lectura (Romanos 8,18-23) nos invita precisamente a la esperanza, a una esperanza activa y comprometida. Los cristianos vivimos entre ya sí y el todavía no: ya está aquí el Reino de Dios, hay elementos positivos, buenos y santos, pero todavía falta mucho por hacer, por avanzar, por lograr. Dios no nos deja solos en esta tarea, aunque puede parecernos a veces muy dura. Él es quien hace fructificar nuestro esfuerzo. En este sentido, Él nunca se va "de vacaciones", y tampoco los cristianos podemos "hacer vacaciones" en el seguimiento de Cristo.


       
       

 

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