REFLEXIONES E INFORMACIONES EN EL DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (15 de noviembre de 2020)
En este domingo la Palabra de Dios nos invita a considerar nuestra vida como un gran don de Dios, que nos quiere regalar una plenitud definitiva más allá de esta existencia. Para eso hace falta ser sabios, es decir, saber vivir de la mejor manera posible, teniendo siempre de fondo esa perspectiva trascendente que nos aporta la fe cristiana. En realidad, el valor de la vida, la dignidad de la persona humana, no se miden con criterios de rendimientos, de productividad ni de eficacia contable, sino del amor con que acogemos a Dios y a los demás, y del amor que queremos dar y desplegar a nuestro alrededor. La vida no nos la hemos dado nosotros mismos, sino que somos más bien una especie de "administradores". Muchos errores se están cometiendo en este mundo porque hay muchas personas -e instituciones y organismos también- que se creen dueñas absolutas de su cuerpo; o piensan que su "libertad" es casi absoluta porque tienen "derecho" a todo...
Si nos fijamos en el evangelio de este domingo (Mt 25, 14-30), nos damos cuenta de que todos hemos recibido "talentos". No vale más como persona el que ha recibido cinco que el que ha recibido uno. El Señor pedirá a cada uno según lo que le ha querido otorgar, no más (pero tampoco menos). En la antigüedad, un talento era una unidad monetaria de un valor enorme, inasequible para la inmensa mayoría de la sociedad. Por eso, cuando la parábola se refiere a los siervos que habían recibido uno, dos o cinco talentos, está indicando el valor precioso que los dones de Dios deberían tener para nosotros. El Señor nos ha confiado esos dones y nos concede también nuestra vida para que los pongamos en funcionamiento y los hagamos rendir. Evidentemente, es necesario reconocer esas capacidades como tales y no esconderlas, minusvalorarlas o no potenciarlas por miedo, comodidad o mediocridad. Al final de la parábola el dueño alaba a los criados que han dado buena cuenta de los talentos recibidos, mientras que reprocha la actitud del que había escondido el talento y no había hecho nada bueno ni útil con él. En suma, la enseñanza es clara: quien se encierra se empobrece y empobrece a los demás; quien comparte se enriquece y enriquece a los demás.
Así pues, aprovechemos la libertad y el tiempo que el Señor nos regala para dar los mejores frutos. Él no se desentiende ni desinteresa de este mundo, sino que ha querido ponerlo en nuestras manos, pues confía en nosotros. No debemos tener miedo a Dios, ya que, de hecho, esa percepción equivocada de Dios puede producir un efecto negativo y paralizador. Por el contrario, Él nos anima a vivir una fe luminosa, como hijos de la luz (nos recuerda san Pablo en la segunda lectura, 1 Tesalonicenses 5, 1-6). Un cristianismo luminoso es una vida fraternal fructífera en el amor, lo que implica una apuesta por el bien común, por eliminar tantos contrastes indeseables, por un mundo con mayor justicia social y donde los bienes como la salud, la cultura, etc. estén al alcance de todos. Como nos señala el Papa en el mensaje de la Jornada Mundial de los Pobres, que hemos celebrado en este domingo con el lema "Tiende tu mano al pobre", saber abrir las manos es un signo de sabiduría. Abrir las manos con agradecimiento al Señor y queriendo servir a los demás.
Por su interés y actualidad, invitamos a leer la reciente Carta Pastoral de los Obispos de las Diócesis de Canarias y Tenerife en torno a la situación creada por la creciente llegada de inmigrantes a nuestras Islas en estos últimos meses: Escuchar el "Eco de Lampedusa" en las Islas Canarias. Puede leerse en el siguiente enlace: https://diocesisdecanarias.net/pastoralmigrantes20/
Además, también es apropiado fijarse en el mensaje del papa Francisco para la IV Jornada Mundial de los Pobres, que hemos celebrado en este domingo: "Tiende tu mano al pobre". Puede leerse en este enlace: https://diocesisdecanarias.net/4jornadapobres/
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