REFLEXIONES EN EL DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO, DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA (8 de noviembre de 2020)

   En este domingo el Señor nos invita a saber situarnos ante los hechos de la vida. Estamos acercándonos al final del año litúrgico (la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo), y a lo largo de estos domingos de noviembre en la lectura del evangelio contemplamos unas parábolas motivadoras para nuestra vida cristiana diaria. Su lectura nos invita a tener bien presente el valor de nuestras decisiones y nuestra manera de actuar. 

   En concreto, estos últimos meses han estado marcados para todos, en mayor o menor medida, por la situación de pandemia, con todo lo que ha conllevado y está suponiendo, y cuyas consecuencias están todavía desarrollándose. Más allá de nuestros juicios de valor sobre la gestión de esta crisis sanitaria, ante la cual en la sociedad ha habido comportamientos de todo tipo (algunos heroicos, otros no tanto, e incluso penosos), seguramente todos nos hemos hecho preguntas interiormente, e incluso hemos compartido nuestras inquietudes e interrogantes con familiares y amigos. ¿Qué estamos aprendiendo de todo esto, y de lo que, en general, ocurre a nuestro alrededor?, ¿qué me ha dado la vida?, ¿qué aporto o qué estoy dispuesto a aportar a los demás?, ¿qué valores éticos rigen mi vida personal y social?, ¿acaso basta con lamentarse, indignarse y denunciar lo que nos parece mal?. En suma, nos preguntamos cómo afrontar mejor la vida cotidiana y qué actitudes son las adecuadas para uno mismo, para todos y con todos. 

    Pues bien, precisamente la primera lectura (Sabiduría 6, 12-16) y el evangelio (Mateo 25, 1-13) de hoy nos hablan de las virtudes de la prudencia y la sensatez, de la sabiduría. No se trata de la mera acumulación de informaciones y de opiniones (que nos proporcionan muchos medios de comunicación, blogs y páginas webs); ni siquiera de una abundancia de conocimientos humanísticos o científicos (que son importantes y pueden ayudar a alcanzar o consolidar la sabiduría). Nos referimos a la capacidad profunda que permite discernir el sentido más profundo de la realidad, de las cosas y los acontecimientos. Según esto, una persona erudita, e incluso muy inteligente y astuta, no siempre es una persona verdaderamente sabia. Igualmente, la prudencia ideal no equivale a una actitud temerosa ante el riesgo, sino que implica atender a las probables consecuencias de las acciones. La sensatez no se confunde con una actitud fría y calculadora, sino que exige una sana ponderación de la realidad para evitar actuaciones precipitadas e inconvenientes.

    La auténtica sabiduría -a la que se refiere el libro de la Sabiduría, la primera lectura de hoy- es un regalo divino: el Señor la ofrece a quienes la buscan y se esfuerzan por conseguirla; la regala a los que la aman y quieren vivir de acuerdo con ella. Esta sabiduría es una luz resplandeciente inextinguible, es decir, que nunca se apaga y que, de hecho, podemos ir adquiriendo de modo creciente a lo largo de la existencia. Nos hace falta para organizar lo mejor posible nuestras prioridades en la vida, entendiendo esta también como un camino hacia la vida eterna. Así, el mensaje central de las diez vírgenes del evangelio incide en esa necesidad de ser prudentes y previsores, de actuar sabiamente, para poder entrar al banquete de bodas (el Reino de los Cielos). La mitad de las chicas invitadas al banquete nupcial supieron actuar con racionalidad y consiguieron el suficiente aceite como para que sus lámparas no se apagaran mientras esperaban la llegada del esposo (que representa a Jesucristo). La otra mitad no actuó con prudencia, sino más bien con despreocupación, como viviendo al día, sin una clara visión trascendente, y por eso les faltó el aceite necesario. Cuando fueron a conseguirlo, ya se les hizo demasiado tarde, y no pudieron acceder al banquete, es decir, al encuentro definitivo con el Señor. No habían sabido estar atentas, no habían sabido velar, esperar como era debido al Señor.

    Por tanto, esta parábola nos invita a salir al encuentro del Señor, a no "dormirnos en los laureles" de la comodidad, de la indolencia y del descuido, de la inconsciencia espiritual, de la falta de una fe, una esperanza y un amor activos. Pidamos al Señor esa prudencia vigilante, esa sabiduría espiritual, y que nuestro amor no se apague, para lo que es necesario alimentarlo, avivarlo. Nuestra fe no puede enfriarse y volverse rutinaria o -peor aún- lánguida y casi nula. Necesitamos el "aceite" de la gracia y del amor de Dios para que la "lámpara" del espíritu no solo no se apague, sino que esté avivada. Sin duda, rezar, hacer oración, nos va llevando cada vez más a ese encuentro con el divino Esposo, con Jesucristo. Lo que vale para cada creyente, lo decimos también para toda la Iglesia: una Iglesia con aceite, con sabiduría espiritual es sal de la tierra y luz del mundo. ¡Vaya si esto hace falta en la actualidad y siempre!

 


     Por otro lado, en este segundo domingo de noviembre celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. El lema de esta jornada es: "Somos lo que tú nos ayudas a ser. Somos una gran familia contigo". Invitamos a los feligreses a leer el folleto que está disponible a la entrada de la iglesia y a colaborar con una aportación económica para el sostenimiento de nuestra diócesis de Canarias. Pero no solo importa la economía, sino que es muy importante colaborar con nuestro tiempo ejerciendo alguna tarea que contribuye a la buena marcha de la vida parroquial. Puedes acudir a la parroquia e informarte. Además, también es esencial colaborar con nuestra oración, por tantas necesidades, pues la oración es el alma de todas las actividades pastorales y, con ella, los frutos serán mayores y más permanentes. 

     Más información en el enlace: https://diocesisdecanarias.net/iglesiadiocesana20/

 




Comentarios