SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (22 de noviembre de 2020)
Hemos celebrado este domingo la fiesta de Jesucristo como Rey del Universo, solemnidad con la que terminan los domingos del tiempo ordinario y concluye el año litúrgico. Dios mediante, el próximo domingo iniciaremos un nuevo año litúrgico con el comienzo del Adviento. Hablar hoy de Cristo como Rey no tiene las mismas connotaciones sociales y políticas que pudo tener cuando se instituyó esta fiesta hace casi cien años. El reinado de Cristo es espiritual, pero tiene o puede tener muchas implicaciones en nuestra vida si lo favorecemos con nuestra adhesión. Decir que Cristo es Rey del Universo significa afirmar que es el Señor de la Historia, de la universal y de la nuestra, de la de cada persona creyente en Él. Todo será recapitulado en Él, pues Cristo vencerá a todos los enemigos, incluida la muerte, el peor adversario de la humanidad. Él resucitó y su resurrección es el fundamento de la futura resurrección de los creyentes. Al tomar el dominio sobre la creación, Cristo establece definitivamente el Reino de Dios, que es fuente de vida por siempre y para toda la humanidad. Esto es lo que nos dice hoy san Pablo en la segunda lectura de la eucaristía: "Entregará el reino a Dios Padre, y así Dios será todo en todos" (véase 1 Corintios 15,20-26.28).
Esta imagen de Cristo como Rey no es comparable a la de los esquemas dominantes de las máximas autoridades de aquel tiempo e incluso del actual. En efecto, Jesús es Rey pacífico, liberador y reconciliador, todo lo contrario a la opresión, a la injusticia, a la mentira, a las divisiones y enfrentamientos ideológicos, etc. Además, esta categoría de Rey no se puede separar de la de Pastor, tal y como nos lo indican la primera lectura (Ezequiel 34, 11-12.15-17) y el salmo responsorial de hoy, el 22 ("El Señor es mi pastor, nada me falta"). La idea de Dios como Pastor supremo del pueblo judío estaba muy arraigada en los escritos sagrados del Antiguo Testamento desde hacía siglos. Los reyes, los sacerdotes y los profetas judíos debían ser, cada uno según su oficio, auténticos pastores de sus hermanos en la fe, es decir, cuidadores, guías, responsables del buen desarrollo del pueblo a lo largo de la historia. Pero a menudo eso no ocurrió así. Por eso el Señor quiere resaltar por medio del profeta Ezequiel que Él siempre está con nosotros y nos recoge amorosamente. Se convierte así en el modelo de auténtico pastor para todos los que tienen especiales responsabilidades de un tipo u otro con respecto a su prójimo.
En el texto evangélico de este domingo vemos que a las ideas de Rey y de Pastor hay que añadir la de Cristo como Juez definitivo de la humanidad. En efecto, Él aparece sentado en su trono dispuesto a realizar como una última evaluación a cada uno tras su muerte. Sabido es que los exámenes con frecuencia provocan ansiedad en los estudiantes. Pero, en este caso, el Señor no pretende sembrar nerviosismo en nosotros, sino que nos llama a tomar conciencia de nuestra responsabilidad personal ante la vida y la historia. San Juan de la Cruz, el gran místico español, decía que al final de nuestra vida seremos examinados en el amor. Sí, el amor que hayamos dado será la "pregunta" fundamental que el Señor nos haga en ese "examen final". Jesús mismo da las pistas que permiten concretar ese amor: las obras de misericordia, como alimentar a los hambrientos y todas las demás. Desde pequeños aprendimos cuáles eran las obras de misericordia corporales y espirituales. Hoy en día ese ejercicio del amor, del servicio, de la misericordia y de la justicia, se puede concretar bajo nuevas formas, según la evolución de los tiempos. Lo importante será siempre no cerrar nuestro corazón ante las necesidades del prójimo, porque eso equivale a cerrarlo ante el mismo Jesucristo, que se identifica con los necesitados, con los más pequeños del Reino de Dios. Así lo explica san Mateo hoy (Mt. 25, 31-46). Jesús se hizo pobre y ahora está presente de manera real en los necesitados del mundo. La adhesión que el Señor espera de sus seguidores no es simplemente verbal, sino la de acciones concretas de amor, justicia, fraternidad, verdad, paz, en suma, de todos los valores del Reino que vino a comenzar. Para nosotros, por tanto, no puede haber separación entre la fe en Dios y el amor a los otros.
Por otro lado, compartimos al final de esta reflexión el comunicado de la Conferencia Episcopal Española sobre la nueva ley de educación, con fecha de 20 de noviembre pasado. Puede leerse íntegramente en el siguiente enlace: https://diocesisdecanarias.net/leyeducacionnov20/
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